Es curioso —y a quienes provenimos del mundo del diseño no deja de asombrarnos— ser testigos de cómo la palabra "diseño" perforó, en los últimos años, las barreras originales de los circuitos minoritarios que le dieron vida para teñir un inmenso abanico de nuestro vocabulario técnico y también cotidiano.
Hoy diseño es todo y, por ende, casi nada. Se diseñan los autos, pero también las políticas. La campaña y el candidato. Hay diseño de vestuario, escenografía y producción. Las tipografías, la información y los libros son diseñados. También las bandas de sonido y la música ambiental.
El diseño industrial pasó a ser diseño de productos y éste a su vez dio lugar al diseño de servicios, que finalmente parió al hoy vigente diseño de experiencias.
En los productos altamente tecnológicos tenemos diseño de interfases, en los teléfonos celulares y, en las "playstation", diseño interactivo. Junto con los "prosaicos" diseño arquitectónico e ingeniería de diseño, encontramos en un quiosco con fotocopiadora el infaltable cartel que dice "diseño e imagen".
Hoy en día se diseñan las tarjetas y el evento, la gastronomía, el menú, la mesa, el plato negro, cuadrado y gigante con el minúsculo timbal de arroz.
Antes se diseñaban las ciudades, hoy las "marcas" de los países.
Junto con el cuarto y el living se diseñan las carreras profesionales. Hasta las uvas están diseñadas para no tener que escupir las molestas semillas, y ni qué hablar de los tomates perita, producto larga vida —o los más fashion cherry—, el maíz transgénico, y los ascendentes arándanos.
El "viejo", utópico y moderno diseño de aquellas vanguardias artísticas, que con sus inflamadas proclamas de objetos racionales, funcionales y bellos persiguieron la transformación de la producción de masas, devino en mito barthiano, devorando cuanto se le pusiera a su alcance del producido por todas las culturas urbanas.
A diferencia de otras épocas, en que era patrimonio excluyente de las elites o de las rebeldías del Instituto Di Tella, el diseño de hoy es un componente inseparable de la cultura democrática surgida en los años 80, y sus representantes actuales una parte de esa generación.
Individualidad y diversidad son sus características; por eso prendas y productos tienen nombres propios o marcas que nunca opacan al creador, cada vez menos anónimo. Pero la contracara de este recorte es la tolerancia. En nombre del cambio no se pretende revolución alguna. Al capitalismo se le reclama que lo sea en serio y, a la burguesía argentina, antes que desaparezca, que se haga cargo de un mercado; que arriesgue e innove.
Así las cosas, efímero o permanente, por momentos frívolo, funcional o lúdico, pero para nada banal, el diseño de la ropa, los productos o la información, como la moda, no lo es menos que las ideas en boga, los partidos políticos, los productos gourmet, la arquitectura o nuestra época. Y es por ello que a pesar de la incomodidad que produce a la razón, penetra por los capilares de la sociedad y la cultura impregnándolo casi todo.
ADRIAN LEBENDIKER. DIRECTOR DEL CENTRO METROPOLITANO DE DISEÑO.
Trabajo Practico Nº 5. Guia Nº 3
Hace 13 años
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